Cada mañana cuando salía por la puerta ella se quedaba apoyada en el marco de la puerta observando como desaparecía escaleras abajo, es algo que él no sabía y que a ella le encantaba hacer.
Ver como se iba tan tranquilo y despreocupado le hacía sonreír como una quinceañera y empezar el día con buen humor.
Pero esa mañana lo supo, él se acercó, le dio un suave beso y atravesó la puerta, cuando llegó a las escaleras miró hacia atrás y ella entendió que no volvería a verle bajar las escaleras.
Las despedidas es algo impredecible, fortuito, lejos de nuestro alcance, unas veces tan necesario y otras tan poco apetecible e impredecible.
Nunca imaginó un final así, pero a decir verdad nunca vio venir ninguno de los finales que ha tenido.
Pero ella sabía que había llegado la hora de decir adiós a lo que nos sobra, a esas personas que ahogan tu garganta, que te quitan horas de sueño al otro lado del teléfono con el único fin de discutir.
A todas esas personas que son nuestra debilidad, un punto débil en una mala época, cuando cualquier hombro servía.
Alargar algo que no va a ninguna parte no tiene ningún sentido.
Así que se limitó a cerrar la puerta lentamente.